APRENDICES,
PROFESIONALES DEL SIGLO XXI
Andan últimamente los empresarios
del metal muy preocupados por el relevo
generacional de sus trabajadores. Se han
dado cuenta ahora de que en breve espacio de tiempo harán falta soldadores, ajustadores, fresadores,
tuberos, sopleteros, y caldereros para poder prejubilar y/o jubilar a miles de trabajadores.
Los empresarios de la
construcción y sus derivados saben perfectamente que dentro de unos años
necesitarán albañiles, encofradores, ferrallistas, alicatadores, topógrafos,
delineantes, fontaneros, operadores de maquinaria, dumperistas, etc. y las escuelas o centros de formación tanto
empresariales como sindicales no pueden abastecer a las empresas de profesionales
con la rapidez deseada.
Por todo esto los empresarios
reclaman ahora la recuperación del “antiguo” aprendiz pero según ellos
adaptándolo a los tiempos, colocándolos al lado de los oficiales e integrarlos
en el día a día.
Los sindicatos no se fían ya que
creen que los empresarios lo que pretenden es conseguir trabajadores a bajo
coste y no les falta razón a la vista
del mal uso y abuso que se les ha dado a los contratos de formación y
prácticas, por parte de algunos empresarios.
Comparto plenamente que ha sido
un error histórico, la eliminación de los aprendices y para no cometer (unos y
otros) los errores del pasado es necesario un recorrido por la figura del
aprendiz a través de la historia, simplemente como recordatorio.
Ya en la antigua Babilonia, o sea
5.000 años antes de J.C. el código de Hammurabi
trataba la figura del aprendiz. En la Antigüedad clásica
existió un alto concepto de la educación, pero solo cuando iba dirigida a
actividades nobles (política y filosofía), con lo que el aprendizaje se asimiló
a actividades manuales como artesanía o industrias rudimentarias.
Ya en el Bajo Imperio Romano, se
observa un descenso en las cualificaciones preocupados en un mercado de
productos cada vez más amplio, con una demanda más cuantitativa que
cualitativa. Ello acabará provocando que
los trabajos se hagan de forma más rutinaria, limitándose los artesanos a
“copiar sin innovar”, sin preocuparse de la formación de los obreros.
En estos talleres artesanales
será donde se encuentren las raíces del aprendizaje moderno, sin olvidar la valoración
negativa que los trabajos manuales tenían en las civilizaciones clásicas, por
lo que serán los jóvenes de las clases débiles o los esclavos quienes aprendan
esos oficios.
A finales del Imperio Romano
surge un problema; la escasez de mano de obra debido a las dificultades de las
familias modestas para mantener a sus esclavos, lo que provocó su liberación; a
esto se sumaron las emigraciones al campo y la concentración en las grandes
explotaciones agrarias.
Durante la
Edad Media se inicia la organización de los
oficios en gremios, siendo una institución que surgió con la finalidad de
reunir a los artesanos de un mismo oficio, que apareció en las ciudades
medievales y se extendió hasta fines de la Edad Moderna , cuando fueron
abolidas. Tuvo como objetivo conseguir un equilibrio entre la demanda de obras
y el número de talleres activos, garantizando el trabajo de sus asociados, su
bienestar económico y los sistemas de aprendizaje; se ha sostenido que el
gremio fue un precedente del sindicato moderno.
Tal y como explica José Antonio
Terán Bonilla, la persona que quería iniciarse en el conocimiento y secretos del oficio de la Albañilería ingresaba
en el gremio en calidad de aprendiz; para ello generalmente se efectuaba un
contrato entre el mismo aspirante o sus familiares con el maestro, el cual se
hacía ante notario público.
El maestro se comprometía a
enseñarle el oficio, no ocultándole nada del mismo durante un periodo que
variaba dependiendo de la índole de las enseñanzas que hubiera de asimilar el
aprendiz y del tipo de obra que quería aprender.
En la actividad de la
construcción los aprendices podían encontrarse en calidad de internos o
externos. En el primer caso, el aprendiz vivía en casa del maestro y éste le
debía mantener, dándole comida y vestidos. Si era externo, no tenía esos
derechos, por lo que el maestro le pagaba una cantidad para que pudiera
satisfacer sus necesidades de subsistencia. El maestro le proporcionaba las
herramientas de trabajo, tales como picos, martillos y escoplos, las que en
ocasiones entregaba a su alumno al final del periodo de aprendizaje, o exigía
su devolución en perfecto estado.
Si el maestro no cumplía con lo acordado, se le podía castigar obligándole
a que el aprendiz cambiara de maestro, o se le hacía que terminase su enseñanza
pero pagándole a su alumno el sueldo que percibía un oficial.
En España con frecuencia al
aprendiz se le llamaba “criado”. Además debe decirse que no en pocas ocasiones
como señala Terán Bonilla, los hijos o parientes de los maestros entraron como
aprendices del oficio.
Una vez que el periodo de
aprendizaje había concluido y el maestro consideraba que su discípulo estaba
preparado, al alumno se le entregaba una carta de aprendizaje y se le registraba en el Libro de Oficiales hecho con
el que alcanzaba el segundo grado de la jerarquía gremial.
Pero claro son normales las reticencias de los representantes de los
trabajadores. Nuestra historia está plagada de actos indignos infringidos por
unas personas a otras como los casos que señala
Antonio Muñoz Buendía en su estudio “La
infancia robada, niños esclavos, criados y aprendices”. No han sucedido
en algún país africano, asiático o
sudamericano sino a nuestro lado, a la vuelta de la esquina tanto en lugar como
en el tiempo.
Los propietarios de los niños/as
fueron Altos cargos militares, Autoridades municipales, Burócratas, Grandes y
medianos terratenientes, Mercaderes y Eclesiásticos; siguiendo el Derecho
Romano, el niño era vendido, separado de su familia, sometido a trabajos duros,
cuando no al capricho o a los malos tratos de su propietario… pero eso es ya
otra historia.
elllugarin.blogspot.com
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